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Hace unos cuantos años, cuando todavía no era rojo, vivía en la ciudad del sur con la chica azul.

Me preguntaba invariablemente cada cumpleaños qué quería de regalo, y yo le contestaba invariablemente “quiero un patito de goma”. No era por joder, entiéndeme, sino porque quería que me hiciese el regalo que ella quería y no el regalo que quería yo, que dejaría de ser regalo y pasaría a ser una petición. En fin, que después de los años se dio cuenta y he aquí que me regaló ¡¡un patito de goma!!

Pero has de saber que los patos de goma hace mucho que no se fabrican, debido a su toxicidad, siendo reemplazados por el plástico. Así que la chica azul removió cielo y tierra para conseguirlo, y al final lo compró por internet en una tienda vintage de London a un precio irrazonable.

Y luego lo abandoné todo: la chica azul, la vida de plástico, la ciudad del sur, y me fui a buscar el norte; supongo que la culpa la tuvo el volverme rojo, pero esa es otra pequeña historia. Desde aquella me acompaña un patito de goma, al que llamo drapo.



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